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Cuando
en el
siglo II
después
de
Cristo,
la
naciente
cristiandad
empezó a
dar
formas
definidas
y
concretas
a la
disciplina
espiritual,
moral y
material,
sobre
que
había de
cimentar
su
futura
existencia,
hubo un
sinnúmero
de
divergencias
sobre
dicho
tema.
Y con
tanto
ardor y
fuego
fueron
sostenidas
las
controversias,
cada
cual por
la forma
y modo
como
juzgaba
que
debía
continuar
e
interpretarse
la
enseñanza
de
Cristo,
que se
formaron
bandos
contrarios,
los
cuales
se
adjudicaban
a sí
mismos
la
posesión
de la
verdad,
y los
unos
llamaron
falsarios
a los
otros.
Y las
cristianidades
modestas
y
pobres,
con
escasos
recursos,
fueron
desapareciendo
lentamente,
o
refugiándose
sus
individuos
aislados
en el
judaísmo,
o en las
religiones
de los
países
en que
vivían.
Cuatro
fueron
las
ramas
que
quedaron
con vida
después
de las
grandes
luchas
de los
siglos I
y II.
Las
fundadas
por
Pedro,
por
Juan,
por
Santiago
y por
Pablo.
Los
Ancianos
del Alto
Consejo
de Moab
intervinieron
al
principio,
para
llamar a
una
coordinación
de toda
la
enseñanza,
analizando
punto
por
punto
todo
cuanto
se había
escrito
referente
al
Cristo.
Pedro y
Juan
estuvieron
en un
todo de
acuerdo
con las
opiniones
de los
Ancianos.
Pablo lo
estuvo
después
también.
El que
no
aceptó
el
acuerdo
fue
Santiago,
que ya
al
frente
de la
congregación
de
Jerusalén,
la
constituyó
en las
normas
judaicas
que
persistió
en los
primeros
siglos.
Visto
por los
Ancianos
de los
Santuarios,
que sus
esfuerzos
eran
ineficaces
se
encerraron
en sus
cavernas
para
evitar
sufrimientos
y
persecuciones,
y se
dedicaron
a los
enfermos
abandonados,
y a
multiplicar
las
copias
de los
originales
escritos
por
testigos
oculares
de la
vida del
Cristo.
Los
Esenios
fueron
considerados
como una
fracción
disidente
de la
comunidad
cuando
ésta
quedó
constituida
en la
forma
que
creyeron
justo
darle
los
dirigentes,
después
de
desaparecidos
los Doce
Apóstoles
y los
más
íntimos
amigos
del
Divino
Maestro.
Y fue
así,
como el
tesoro
de
Sabiduría
Divina
guardado
fidelísimamente
por los
Esenios,
se
perdió
en la
sombra
de sus
cavernas
de
rocas, y
lo poco
que de
allí
salió
mediante
los
Esenios
del
exterior,
ha ido
cambiando
de
formas y
de
coloridos
a través
de los
siglos y
de la
incomprensión
humana.
Por un
poco de
tiempo
todavía,
el
nombre
de
cristianos,
no dará
a los
hombres,
ni la
lucidez,
ni la
grandeza
de alma
necesaria
para
cumplir
la gran
frase de
Cristo:
"Si
quieres
venir en
pos de
mí,
niégate
a ti
mismo,
carga tu
cruz y
sígueme".
¡Negarse
a sí
mismo!
...
frase de
bronce y
de
granito
como los
Santuarios
esenios,
donde el
mayor de
todos,
era el
servidor
de
todos.
¿Quién
es el
que
quiere
negarse
a sí
mismo
por más
cristiano
que se
considere?
¡Yo
quiero,
yo
mando,
yo soy!
He aquí
las tres
lápidas
sepulcrales,
bajo las
cuales
se
extinguen
sobre la
tierra,
los más
sublimes
principios
básicos
de la
religión
emanada
del alma
misma
del
Cristo,
en sus
distintas
jornadas
Mesiánicas...
¡Yo
quiero,
yo
mando,
yo soy!
He ahí
el
panteón
sepulcral
que ha
ido
tragando
siglos
tras
siglos,
el
esfuerzo
mental
espiritual
y
material
de los
discípulos
conscientes
del
Cristo,
que
fueron
sacrificándose
y
muriendo
en
cadalsos
y
patíbulos,
en
hogueras,
en la
horca,
decapitados
o
arrojados
a las
fieras,
por la
defensa
hecha de
su
grandioso
ideal de
fraternidad
humana.
Yo
quiero,
yo
mando,
yo soy!,
Dicen
igualmente
los
cristianos
de hoy,
entre
las
numerosas
filas de
las
grandes
ramas
del
Cristianismo,
organizadas
bajo
diversas
disciplinas,
dogmas y
liturgias.
¿Cuál
fuerza,
cuál
genio,
cuál
acontecimiento
será el
que las
una en
un solo
pensar y
sentir?
Sólo la
palabra
del
Cristo
puesta
en
acción:
"Si
quieres
venir en
pos de
mí,
niégate
a ti
mismo,
carga
con tu
cruz y
sígueme".
¡Negarse
a sí
mismo!
Dura y
heroica
palabra,
que
significa
la
renuncia
a toda
ambición
egoísta
y
personal,
sea del
orden
que sea:
Atrás,
el que
quiere
lucrar
con el
ideal;
el que
busca
erigirse
en
maestro
de los
demás;
el que
busca un
pedestal
para su
nombre;
el que
llevado
por
intereses
creados,
sueña
con
recoger
el fruto
material
de sus
esfuerzos
de
misionero
del
ideal.
Que a
todo
esto
obliga
el
negarse
a sí
mismo.
Nos
escandalizamos
los
cristianos
de hoy,
de lo
que
ocurrió
a los
Esenios
del
tiempo
de
Cristo,
y de que
hayan
desaparecido,
entre
las
sombras
y el
silencio
los
innumerables
escritos
históricos
detallando
su vida.
Y es tan
natural
el
hecho,
que nos
asombraría
de que
hubiese
ocurrido
de otra
manera,
si
tenemos
en
cuenta
que los
cristianos
dirigentes
de
aquellas
épocas,
no
tuvieron
el valor
de
negarse
a sí
mismos,
sino que
por el
contrario,
dijeron
igual
que
dicen
los de
hoy "Yo
quiero,
yo
mando,
yo soy"
con lo
cual
creyeron
obrar
perfectamente
bien.
Es así
como
nuestra
inconsciencia
retarda
el
tiempo
de la
verdad,
y lo
retardaría
indefinidamente,
si la
Eterna
Justicia
no
tuviera
a su
disposición
sus
grandes
legiones
fulminadoras
del mal,
que
cuando
llega la
hora
final
que no
admite
dilaciones
dicen:
Este es
el
límite.
Ha
finalizado
la hora
de
esperar.
La
puerta
del
cielo se
ha
cerrado.
El que
no entró
hasta
ahora,
queda
fuera
hasta la
próxima
ronda.
¡Qué
lenta es
la
evolución
de las
humanidades!...
¡Y qué
breves
son los
siglos
por
donde
ellas
van
subiendo
a paso
de
tortuga!
Una Luz
en las
Tinieblas
Arpas
Eternas,
Vol. 1,
p.
158-159.
Décimo
Cuarta
Edición
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