Comunidad Cristiana

 

Heme aquí, sentado en medio de vosotros, como un amigo entre sus amigos, sintiendo la onda cálida de vuestro afecto dispensado tan generosamente al autor de Arpas Eternas.
En efecto, soy vuestro hermano Hilarión, designado por la Ley de esta hora para deshojar sobre vuestras
almas esas páginas como una lluvia blanca de paz, de consuelo y de esperanza, a través de las cuales veis aparecer, entre las claridades de una aurora boreal, la divina imagen del Cristo de vuestros sueños;
del Cristo que buscabais ansiosamente en vuestras inquietudes internas y que aún no habíais encontrado sobre la tierra.

¡Qué satisfacción profunda hace vibrar mi espíritu en estos momentos solemnes en que una nueva alianza,
quizá muchas veces repetida, nos reúne como los rayos luminosos de una misma lámpara votiva,
como las flores dispersas de un mismo huerto silencioso, como las notas vibrantes de una misma canción comenzada hace muchos siglos y continuada hoy en el santuario augusto del Cristo del amor, de la esperanza y de la fe!

Sé que me esperabais como yo os es esperaba, con esa vehemente ansiedad de amigos que se buscan en la inmensidad infinita, porque saben llegada la hora de las confidencias íntimas y de las más bellas realizaciones.

Sé que sabéis como yo, que ha llegado la hora de enlazar de nuevo nuestras manos y acercar nuestros corazones para continuar unidos el camino eterno de la evolución, descansando a la sombra del mismo oasis y bebiendo en la misma fuente las aguas de Vida Eterna.

He aquí que, unidos de nuevo bajo las mirada del Cristo Divino, damos forma a su idea genial y milenaria de la fraternidad humana, estrechando filas en una modesta agrupación de grande significado, puesto que encarna el pensamiento mismo de Aquél que dijo la noche inolvidable de su despedida:

“En el amor que os tengáis los unos a los otros conoceré que sois mis discípulos, porque en el amor a Dios y a vuestros hermanos está encerrada toda la Ley”.

Os habéis reunido para dar vida real, en este bello paraje de la tierra, a la fraternidad que esbozara con trazos geniales la mente iluminada del Cristo en todas sus encarnaciones mesiánicas en este Planeta, encomendado a su tutela y a su amor.

¡Grande y sublime misión la vuestra, de plasmar en hechos la Idea Divina traída por Él a la humanidad, como un eterno mensaje de amor y de luz que en veinte siglos consecutivos los hombres no han querido escuchar!

Siento en este momento la vibración persistente de un interrogante vuestro:

 

¿Qué es Fraternidad Cristiana?

Yo os respondo en nombre del Cristo mismo, que hace más de una década fundamentó sobre la base inconmovible de su amor de siglos, la primera agrupación de este nombre con un reducido núcleo de amigos suyos, quienes al igual que vosotros, le vienen siguiendo desde largas edades.

La Fraternidad Cristiana a la cual os unís como un manojo de flores vivas a una guirnalda inmensa que vais tejiendo con ansias de envolver en ella a toda la Tierra, es ante todo y por encima de todo, un himno nuevo de amor, de paz y de esperanza, que por fin despierta a la humanidad de su milenario letargo.

¡Es la claridad de la misma estrella divina que guió por los desiertos los pasos vacilantes de los sabios del Lejano Oriente hacia la cuna augusta del Salvador, y como una luz difusa va extendiéndose suavemente de corazón a corazón en la penumbra mística del silencio esenio, generador de tantos pensamientos sublimes y de tantas obras de amor que tienen tintes de prodigios!

¡Es el perfume concentrado de las rosas bermejas sembradas por el Cristo hace largos milenios, símbolos perennes de todo anhelo, de todo esfuerzo, de todo sacrificio voluntario en pro de la humanidad decadente y abatida por el oleaje formidable de sus egoísmos y ambiciones llegados al máximo al que puede llegar el envilecimiento humano!


¡Es la fuente de agua viva a la cual se refirió el Divino Maestro cuando dijo a las multitudes que le buscaban con ansiedades profundas: Venid a beber del agua viva que yo os daré y que apagará para
siempre vuestra sed!
 

 





¡Es el agua eterna de la Ley Divina que abrió sendas limpias y puras a los hombres del pasado, del presente y del futuro y abrió rutas nuevas a la humanidad, que pasa de largo sin verlas y sigue incierta, insegura, vacilante, cayendo y levantando, como arrastrada por la impetuosa atracción del abismo!



La humanidad ha olvidado esa fuente eterna de la Ley Divina y nuestra Fraternidad Cristiana viene a hacer vibrar de nuevo la diana triunfal de la última hora.

La obra iniciada por el Cristo hace veinte siglos debemos continuarla y terminarla en todas las almas que esperan esta llamada final, Fraternidad Cristiana las irá buscando y reuniendo, como se busca y se encuentra en los peñascales de desierto, la arenilla de oro o el fúlgido diamante que esperaba hace tiempo la hora de ser descubierto.



Grande y arduo es el apostolado silencioso del amor que no espera ni busca compensaciones, sino almas hermanas que se despierten a la Luz Divina en esta hora final, terminación de este ciclo de evolución humana para entrar en la blanca falange que ha de formar la gloriosa humanidad del porvenir.



En estos momentos solemnes de suprema unción de vuestras almas con el Cristo del amor, la Luz Eterna me descorre los velos de sus Archivos imborrables y me veo yo mismo, anciano, en las grutas del Hermón, con el Cristo niño sobre mis rodillas, y os veo luego a vosotros en su seguimiento, sea en las riberas del mar de Galilea o en las tortuosas calles de Jerusalén,
o sobre el Gólgota pavoroso en la hora de su sacrificio.



Sagrados recuerdos que se desgranan en el alma como perlas de fuego, haciendo palpitar los corazones al impulso de un amor profundo y nuevamente renovado en anhelos fervientes, en promesas espontáneas que no asoman a los labios ¡ pero quedan en nuestro Yo íntimo como una llama viva que no ha de apagarse jamás !



Quiera el Señor, dueño de todas las almas, que mis palabras hayan despertado un eco sonoro en vuestro corazón, que responda al Cristo Divino con un inviolable y eterno: “Aquí estamos, Maestro, a tu lado para siempre”.

Que Él sea vuestra luz, vuestro consuelo y vuestro amigo en todos los días de vuestra vida eterna.

 

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