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En
1616
aparecía
en Estrasburgo
una
de las
obras
más
relevantes
de la
literatura
esotérica
europea,
“Las
Bodas
Químicas
de Christian
Rosacruz”.
Advirtamos,
antes
que
nada
que,
en la
época,
“químico”
era
sinónimo
de “alquímico”,
por
lo cual
podemos
hablar
aquí
de unas
“Bodas
Alquímicas”,
e incluso
considerar
este
libro
como
un tratado
de alquimia.
Pero
“Las
Bodas
Alquímicas
de Christian
Rosacruz”
son
algo
más
que
un simple
tratado
hermético,
se trata
de una
obra
multidimensional,
en la
que
las
nociones
corrientes
de espacio
y tiempo
se encuentran
trascendidas
desde
las
primeras
líneas.
La trama
tiene
lugar
en un
espacio
y en
un tiempo
reales,
pero
distintos
a los
que
normalmente
conocemos.
Se desarrolla
en el
sugestivo
plano
del
símbolo,
que
está
en un
nivel
de conciencia
superior
al nuestro,
y no
inferior
como
creen
algunos
psicólogos.

Este
libro
contiene
la descripción
simbólica,
no podría
serlo
de otro
modo,
del
proceso
de la
Iniciación.
Lo aborda
con
una
belleza
y una
precisión
tales,
que
ha cautivado
a la
mayoría
de esoteristas
posteriores.
A los
sentidos
alquímico
e iniciático
ha de
añadírsele
el místico.
El equívoco
término
de mística
no posee
aquí,
sin
embargo,
el significado
inadecuado
y desencarnado
que
se le
atribuye
desde
hace
algunos
siglos.
Si investigamos
en la
raíz
mystikos,
veremos
que
el místico
es el
“Iniciado
a los
Misterios”.
Este
misterio
es el
del
hombre
mismo,
el del
hombre
interior,
ora
prisionero
en una
torre,
ora
cautivo
de una
serpiente
o reo
de un
feroz
dragón.

Las
“Bodas
Alquímicas”,
divididas
en siete
días
son,
pues,
una
delicada
y hermosa
alegoría
de las
Siete
Puertas
que
el místico
ha de
atravesar,
de los
siete
órganos
sutiles
del
hombre
que
según
el sufismo
van
despertándose
progresivamente
a lo
largo
de su
ascensión
espiritual,
o de
los
siete
días
de la
Creación
del
Hombre
Perfecto,
el Adam
Kadmón
de los
kabalistas.
Siete
días
porque
siete
son
las
jornadas
en las
que
se divide
este
libro,
evocando
sin
duda
los
siete
pétalos
de la
rosa
mystica.
Entre
los
egipcios
el siete
era
el número
de la
vida
eterna,
y esta
vida
eterna
no es
sino
la que
sucede
a la
resurrección,
el gran
misterio
hacia
el que,
como
veremos,
se dirige
la trama
de las
“Bodas
Alquímicas”.

Hacemos
estas
comparaciones
porque
creemos
que
las
“Bodas”
aparecieron
en un
momento
histórico-cultural
muy
especial,
abarcando
y, en
cierto
modo,
conjugando
los
conocimientos
esotéricos
anteriores.
En ellas
encontramos
la sabiduría
ancestral
de los
egipcios,
de los
caldeos,
los
griegos
junto
a la
perspicacia
de los
kabalistas
y la
simbólica
poética
del
Islam.
Todo
ello,
evidentemente,
en el
lenguaje
típico
de los
esoteristas
de la
época,
alimentado
principalmente
en el
espíritu
cristiano
y la
revelación
hermética,
evocador
de una
gnosis
no desprovista
de humor
y de
poesía.
El protagonista,
Christian
Rosacruz,
relata
su maravilloso
viaje
al “Palacio
Cerrado
del
Rey”,
donde
ha de
asistir
a las
Bodas
Reales.
Una
o vanas
venturas
particulares
ocupan
cada
una
de las
siete
jornadas
que
componen
el relato.
La primera
comienza
la víspera
de Pascua
cuando,
durante
su meditación
y sus
oraciones,
Christian
Rosacruz
recibe
la visita
de una
mujer
alada
de extraordinaria
belleza
que
le entrega
una
carta
invitándole
a las
Bodas
Reales.
Esta
idea,
expuesta
de otro
modo,
aparecía
ya en
el Evangelio
o en
un bellísimo
escrito
del
cristianismo
primitivo
llamado
“El
Canto
de la
Perla”.
Para
asistir
a tan
magno
acontecimiento,
Christian
ha de
revestir
una
túnica
de lino
blanco,
colocar
en su
pecho
una
cinta
roja
en forma
de cruz
y fijar
cuatro
rosas
rojas
en su
sombrero.
Así
emprende
el fantástico
viaje
cuya
lectura
apasionará
a más
de un
lector,
despertando
quizás
en él
una
nostalgia
misteriosa
y cautivante,
la del
Banquete
de las
Bodas
al que
muchos
están
llamados,
pero
cuyo
camino
es por
pocos
elegido.

Ver Mateo, XXII-9.
EXTRAÍDO DE: Las Bodas
Alquimicas de Christian
Rosacruz
" El Texto Fundamental de Los
Rosacruces "
Por Juan Valentin Andreae
Ediciones Obelisco 1994

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