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La música
es el arte de producir y
combinar sonidos acordes de
todos los elementos de creación
sonora: instrumentos, ritmos,
sonoridades, timbres, tonos,
organizaciones seriales,
melodías, armonías, etc., En su
sentido más primigenio, es el
arte de producir y de combinar
los sonidos de una manera tan
agradable al oído, que sus
modulaciones conmueven el alma.
En todas las civilizaciones, la
música cobra un papel importante
en los actos más relevantes,
social o personalmente, donde
ejerce un papel mediador entre
lo diferenciado (material) y lo
indiferenciado (la voluntad
pura), o entre lo intelectual y
lo espiritual. Por ello cobra
especial importancia en las
ceremonias rituales, además de
por su capacidad de promover las
emociones. La música representa
el equilibrio y orden; es un
lenguaje universal.
En la Masonería, la música
representa una de las siete
artes liberales, simbolizando la
armonía del mundo y
especialmente la que debe
existir entre los masones. A
través de la belleza de los
sonidos y de la armonía de los
ritmos se llega a la sabiduría
del silencio. La música es el
arte de organizar los sonidos.
Todo arte consiste en organizar
un material de acuerdo con las
«Leyes» y un propósito. La
música es, en ella misma y por
esencia, una masonería, una
construcción de carácter
iniciático. Los elementos que la
componen no son los sonidos,
piedras brutas, sino las notas,
piedras talladas. Los tres
parámetros que precisa la talla
de la piedra, la precisa el
sonido:
La Fuerza, que reside en la
densidad.
La Sabiduría, en su «tempo» o
longitud.
La Belleza, en su altura o
frecuencia.
Las piedras justas y perfectas
del edificio musical deben ser
ensambladas: la música es una
construcción, una arquitectura,
un «arte real» que nos revela
las leyes universales de la
«Gran Obra» que podemos
organizar en tres etapas.
El Silencio, vacío necesario
antes de la manifestación, es el
estado de aprendizaje. El
Sonido, la manifestación, la
toma de conciencia, el despertar
del compañero. La Melodía, la
organización del sonido por el
maestro.
Se puede encontrar otra analogía
en tres etapas, entre el método
de formación del músico y del
masón:
El Aprendiz: Estudia la música
en sí mismo (canta). Aprende a
descodificar unos símbolos o
signos (solfeo) y escoge su/s
instrumento/s. Para ello precisa
de un maestro o instructor.
El Compañero: Alcanza la soltura
en la interpretación de los
signos y en la utilización de
su/s instrumento/s. Colabora con
otros compañeros en el canto y
en la interpretación (polifonía,
conjuntos instrumentales).
Estudia la historia, los estilos
y a los grandes maestros. En
esta etapa el compañero entra en
un proceso de auto-formación.
El Maestro: Su tarea es alcanzar
una interpretación personal, una
vivencia que haga posible la
transmisión de la obra. El
maestro trabaja en soledad, pero
precisa de un aprendiz, del cual
aprende todo lo necesario para
alcanzar la auténtica maestría.
Con esta relación se cierra el
ciclo.
La música en la Logia está
representada por la Columna de
Armonía que es el conjunto
instrumental o reproductor
musical destinado a la ejecución
de la música masónica en el
curso de las ceremonias
rituales.
En las logias, hasta que en el
siglo XVIII empezaron a
introducirse instrumentos de
cuerda,
trompetas
y tambores, sólo se empleaban
voces. La designación de
«Columna de Armonía» aparece a
finales del reinado de Luis XV
para referirse al conjunto de
instrumentos que sonaban en las
ceremonias, que contaba con un
máximo de siete instrumentistas:
2 clarinetes, 2 cuernos, 2
fagots y 1 tambor. Luego, la
competencia entre las logias por
contar con los más virtuosos
instrumentistas originó que se
admitiesen en las mismas
músicos, que exentos de
cotización alguna prestaban
estos servicios (aunque sólo
podían aspirar al grado de
Maestro), y componían obras para
las diferentes ceremonias
masónicas (tenidas, banquetes,
fúnebres, iniciaciones, etc.);
estos hermanos artistas tenían
el mismo derecho al voto que el
resto de los hermanos y en las
grandes ceremonias,
celebraciones y banquetes
estaban obligados a contribuir
con su arte.
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La Columna de Armonía tiene como
misión aportar un complemento al
ritual, por lo tanto es una
música funcional, cuyo valor no
depende en primer lugar de su
valor intrínseco, sino de su
adecuación al destino que se le
asigna.
Quizá la más alta representación
de la música masónica
corresponda a W. A. Mozart,
quien fue iniciado como aprendiz
masón el 14 de diciembre de 1784
en la logia La Esperanza
Coronada y con este motivo se
interpretó en la logia su
cantata «A ti alma del Universo,
OH Sol» (K. 429) en la que el
aria del tenor es un himno al
sol y a la luz; cantata
doblemente adaptada a la
celebración de la gran fiesta
masónica de San Juan del verano
(más conocida como del solsticio
de verano) y punto culminante
del año masónico; y que encaja
igualmente en la ceremonia de
iniciación del primer grado
masónico, cuando el aprendiz,
después de haber sufrido las
pruebas simbólicas, recibe la
luz.
Agradecido y apasionado por su
Logia, compuso para ella los más
notables cantos, en los que no
se limitó a expresar de una
manera sencilla y bella el
sentido de las palabras, sino
que dio a las notas todo el
calor de su fantasía, todas las
nobles y levantadas aspiraciones
de un alma conmovida por lo
bueno y lo bello y ardiendo de
amor por la humanidad. Con
motivo de la ceremonia del paso
de su padre al grado de
compañero, puso música a un
poema de Joseph Von Ratschky,
«El viaje del compañero» (K 468)
para canto y acompañamiento de
piano.
Unos meses antes de acceder al
tercer grado de la masonería,
asistió el 11 de febrero de
1785, en la logia vienesa «La
verdadera concordia», a la
iniciación masónica de su amigo
Joseph Haydn en el grado de
aprendiz, y a quien Mozart, con
este motivo, dedicó los «Seis
cuartetos de cuerda».
Poco antes de la doble
investidura que Mozart y su
padre recibieron el 2 de abril
de 1785 como maestros masones en
la logia vienesa «La esperanza
coronada», compuso para esta
logia dos de sus más importantes
composiciones masónicas: «La
alegría masónica, (K 471) y la
«Música fúnebre masónica» (K
477).
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En 1786, con
motivo de
una
reorganización
de las
logias
vienesas
ordenada por
el emperador
José II,
Mozart
compuso para
su logia «La
nueva
esperanza
coronada»
dos cantatas
masónicas:
«Para la
apertura de
la logia» (K
483) y «Para
la clausura
de la logia»
(K 484).
Nos
encontramos
todavía con
tres obras
de Mozart
ligadas a la
masonería, y
en las que
descubrimos
a Mozart
comprometido
con la
libertad y
con los
ideales de
la
Revolución
Francesa,
especialmente
en «Vosotros
los que
honráis al
Creador del
Universo
infinito» (K
619), que es
un mensaje
dirigido a
la juventud
alemana en
el momento
en que
componía la
ópera de la
fraternidad
universal.
Las otras
dos
composiciones
estrictamente
masónicas a
las que
Mozart puso
música
fueron una
pequeña
cantata
masónica,
«Elogio de
la amistad»
(K 623),
fechada en
Viena el 15
de noviembre
de 1789), y
«Enlacemos
nuestras
manos» (K
623a) y que
se canta
constituyendo
la cadena de
unión. |
Su obra
póstuma, su
canto de
cisne, fue
la que
tituló
«Pequeña
Cantata
Masónica»,
cuya
audición dio
en una
tenida de su
logia,
dirigiendo
él mismo la
audición,
dos días
antes de
sentirse
atacado por
la
enfermedad
misteriosa
que le
condujo al
sepulcro.
Resulta
emocionante
ver a Mozart
en el umbral
de la
muerte,
olvidándose
de sí y de
su angustia
física,
cantando la
fraternidad
unida en el
trabajo, y
la presencia
de la luz en
el ímpetu y
en el calor
de la
esperanza.
Tres semanas
más tarde,
fallecía.
Una relación
de músicos o
músicas
inspiradas
por los
ideales
masónicos
sería
inacabable,
pero quizás
los más
representativos
sean: J.
Haydn, I. S.
Bach, L. W.
Beethoven y
F. Liszt.

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