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La historia de las organizaciones iniciáticas es con frecuencia
muy difícil de esclarecer,
lo cual se comprende fácilmente
considerando que la naturaleza
misma de la materia contiene
demasiados elementos extraños
a los métodos de investigación
que disponen los historiadores
comunes. Para comprobarlo
no es necesario siquiera remontarse
muy atrás en el tiempo, basta
considerar el s. XVIII: allí
se pueden percibir, si bien
coexistentes con las manifestaciones
del espíritu moderno en lo
que tiene de más profano y
antitradicional, los que podrían
considerarse últimos vestigios
verdaderos de diferentes corrientes
iniciáticas que existían hacía
tiempo en el mundo occidental.
En este siglo aparecen personajes
tan enigmáticos como las organizaciones
a las que se vinculaban o
en las que se inspiraban.

Uno de tales personajes es
Martines de Pasqually. A propósito
de las obras que se publicaron
en estos últimos años sobre
él y su Orden de los Elegidos
Cohen, de R. Le Forestier
y del P. Vulliaud, ya tuvimos
ocasión de destacar cómo muchos
puntos de su biografía quedaban
obscuros a pesar de la nueva
documentación aportada (1).
Gérard van Rijnberk dio a
conocer recientemente otro
libro sobre el tema (2) que
contiene también documentación
interesante y en gran parte
inédita. No obstante, lo cual
es casi redundante señalar,
plantea más problemas que
los que resuelve (3).
El autor en primer lugar advierte
sobre la incertidumbre que
rodea el mismo nombre de Martines,
y enumera las distintas variantes
que se pueden encontrar en
los escritos donde se lo nombra.
Es verdad que no hay que atribuir
demasiada importancia a este
hecho, ya que en el s. XVIII
no se respetaba puntillosamente
la ortografía de los nombres
propios. Pero el autor agrega:
“En lo que respecta a quien
mejor que nadie debería haber
conocido la exacta ortografía
del propio nombre o de su
seudónimo como jefe de una
iniciación, siempre firmó
Don Martines de Pasqually
(una sola vez Pascally de
la Tour). En el único documento
auténtico conocido, la partida
de bautismo del hijo, su nombre
se formula de la siguiente
manera: Jacques Delivon Joacin
Latour de La Case, don Martines
de Pasqually”. No es exacto
que esta partida publicada
por Papus (4) sea el “único
documento auténtico conocido”,
puesto que otros dos documentos,
sin duda ignorados por Rijnberk,
fueron publicados en el mismo
periódico (5): la partida
de matrimonio de Martines
y el “certificado de catolicidad”
extendido en el momento de
su viaje a Santo Domingo.
La primera reza: “Jacques
Delyoron Joachin Latour de
la Case Martines Depasqually,
hijo legítimo del finado Delatour
de la Case y de la señora
Suzanne Dumas de Rainan” (6).
El segundo, simplemente “Jacques
Pasqually de la Tour”.
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Por otra parte, en lo que
respecta a la firma de Martines,
en la partida de matrimonio
figura como “Don Martines
Depasqually”, mientras en
el certificado está como “Despaqually
de la Tour”. El hecho de que
el padre, sobre la partida
de matrimonio, sea llamado
simplemente “Delatour de la
Case” (como así también su
hijo en la partida de bautismo,
si bien una nota al margen
lo designa “de Pasqually”,
sin duda alguna con motivo
de que era su nombre más conocido),
parece dar un elemento a favor
de lo que más adelante escribe
van Rijnberk: “Esto nos induce
a pensar que su verdadero
nombre haya sido de La Case,
o de Las Cases, y que ‘Martines
de Pasqually’ haya sido solamente
un hierónimo”.Sin embargo
el nombre de La Case o de
Las Cases, que puede ser la
forma afrancesada del nombre
español de Las Casas, da lugar
a otras cuestiones. En primer
lugar hay que destacar que
el segundo sucesor de Martines
como “Gran Soberano” de la
Orden de los Elegidos Cohen
(el primero fue Caignet de
Lestêre) se llamaba Sébastien
de Las Casas. ¿Había tal vez
algún parentesco entre ambos?
La cosa no parece imposible:
Sebastien provenía de Santo
Domingo, y Martines había
viajado a esa isla a recibir
una herencia, lo que permitiría
suponer que una parte de su
familia se habría instalado
allí (7).
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Pero hay algo que es aún más
extraño:L.C. de Saint-Martin,
en su Crocodile, pone en escena
un “judío español” de nombre
Eleazar, al cual atribuye
visiblemente muchas de las
características de su ex maestro
Martines. Ahora bien, he aquí
cómo dicho Eleazar explica
las razones por las que se
había visto obligado a abandonar
España y refugiarse en Francia:
“En Madrid tenía un amigo
cristiano que formaba parte
de la familia de Las Casas,
con la cual tengo, si bien
indirectamente, mayores obligaciones.
Después de haber logrado cierta
prosperidad en una actividad
comercial, se vio repentinamente
alcanzado por una bancarrota
fraudulenta que lo dejó en
la más completa ruina. Inmediatamente
acudí a su lado, a compartir
su desgracia y ofrecerle los
escasos recursos de que mi
mediocre fortuna me permitía
disponer. Pero como tales
recursos eran insignificantes
para sanear los negocios,
cedí ante la amistad que a
él me unía y, dejándome transportar
por tal sentimiento, eché
mano de ciertos medios particulares
que me ayudaron muy pronto
a descubrir el fraude de sus
expoliadores, e incluso el
escondrijo donde se habían
depositado todos aquellos
bienes que le habían substraído.
Por iguales medios le procuré
la posibilidad de recuperar
todos sus tesoros y la disponibilidad
de los mismos, sin que aquellos
que se los habían substraído
sospecharan siquiera que alguien
se los hubiera vuelto a sustraer.
Sin duda fue un error utilizar
dichos medios para lograr
semejante finalidad, puesto
que los mismos no deben aplicarse
más que a la administración
de asuntos que nada tienen
que ver con las riquezas de
este mundo. En consecuencia,
recibí escarmiento. Mi amigo,
educado en una fe tímida y
recelosa, sospechó que cuanto
yo había hecho por él se debía
a sortilegios. Su fervor religioso
triunfó sobre su agradecimiento,
así como mi diligencia en
ayudarlo había triunfado sobre
mi deber. Me denunció así
a su Iglesia simultáneamente
como hechicero y como judío.
Los inquisidores fueron advertidos
inmediatamente; me condenan
a la hoguera aún antes de
arrestarme, pero en el mismo
momento en que deciden mi
captura, recibo aviso, por
los mismos medios particulares,
de la suerte que me espera,
y sin dilación busco refugio
en vuestra patria (8).

Indudablemente Le Crocodile
contiene mucho de puramente
fabulado, lo que hace muy
difícil descubrir alusiones
a hechos y
personajes reales.
Sin embargo, no nos parece
probable que el nombre de
Las Casas se encuentre allí
por simple azar. Por ello
hemos creído interesante reproducir
el pasaje por entero a pesar
de su extensión: ¿qué relación
podría verdaderamente haber
entre el judío Eleazar, que
tanto se parece a Martines
por los “poderes” y la doctrina
que se le atribuye, y la familia
Las Casas, y de qué naturaleza
podrían ser las grandes “obligaciones”
que debía a esta última? Por
el momento nos contentamos
con plantear estas cuestiones
sin pretender siquiera aportar
una respuesta. Veremos si posteriormente
se nos presenta alguna que
resulte más o menos plausible
(9).

Pasemos ahora a otros puntos
de la biografía de Martines
que nos deparan igualmente
otras sorpresas. Van Rijnberk
dice que “se ignora completamente
el año y el lugar de su nacimiento”,
pero destaca que Willermoz
escribe al barón de Türkheim
que Martines “murió a una
edad avanzada”, y agrega “Cuando
Willermoz escribió esta frase
él mismo contaba 91 años;
como los hombres tienen la
tendencia general de evaluar
la edad de los otros mortales
de acuerdo a una medida que
se incrementa con el correr
de sus propios años, no debe
dudarse que la edad avanzada
que atribuye el nonagenario
Willermoz a Martines no puede
ser menor de los 70 años.
Y como Martines murió en 1774,
como máximo debe entonces
haber nacido en la primera
década del s. XVIII”. Por
lo tanto, se inclina en favor
de la hipótesis de Gustave
Bord que ubica la fecha de
nacimiento de Martines hacia
1719 o 1715; sin embargo,
por la primera fecha se lo
haría fallecer a los 64 años,
lo que a decir verdad no representa
de ninguna manera una edad
“avanzada”, especialmente
si se la compara con la de
Willermoz... Y además, desafortunadamente,
uno de aquellos documentos
que van Rijnberk parece haber
desconocido constituye un
desmentido formal a tal hipótesis:
el “certificado de catolicidad”
fue extendido en 1772 al “Señor
Jacques Pasqually de Latour,
hidalgo, nacido en Grenoble,
de 45 años de edad”; de aquí
puede deducirse que habría
nacido hacia 1727, y, si falleció
dos años más tarde durante
su estancia en Sto. Domingo,
en 1774, quiere decir que
alcanzó la edad muy poco “avanzada”
de 47 años. Este mismo documento
confirma además que, como
ya muchos lo habían dicho,
aunque en contra de la opinión
de van Rijnberk, que rehusa
admitirlo, Martines nació
en Grenoble.

Por otra parte, lo dicho no
se contrapone evidentemente
a que su origen sea español,
puesto que entre todos los
orígenes que se pretendió
asignarle, los indicios en
su mayoría lo señalan como
el más probable, incluyendo
naturalmente el mismo nombre
de Las Casas; pero entonces
habría que admitir que su
padre ya se había instalado
en Francia antes de su nacimiento,
y aún la posibilidad de que
hubiera contraído matrimonio
allí. Lo cual puede tener
confirmación por la partida
de matrimonio de Martines,
donde la madre figura como
“señora Suzanne Dumas de Rainau”,
nombre que a nuestro criterio
no puede ser más francés,
mientras que aquel “Delatour
de la Case” puede haber sido
español afrancesado. En el
fondo, la única razón verdaderamente
seria que puede aducirse para
poner en duda el hecho de
que Martines haya nacido en
Francia (ya que no pueden
considerarse seriamente las
contradictorias afirmaciones
de unos y otros, por la sencilla
razón de que todas ellas no
pasan de ser simples suposiciones),
la constituyen las particularidades
del lenguaje que se descubren
en sus escritos; pero este
hecho, de todas maneras, puede
explicarse perfectamente,
habida cuenta por un lado
la educación que pudo recibir
de su padre español y, por
otro, siendo consecuencia
de sus probables estancias
en distintos países. Volveremos
sobre este último punto más
adelante.

Por una curiosa coincidencia,
que ciertamente no contribuye
a simplificar las cosas, parece
comprobado que existió en
la misma época, en Grenoble,
una familia que respondía
realmente al nombre Pascalis;
de la cual Martines debió
haber sido absolutamente ajeno
si nos basamos en los nombres
transcritos en la documentación
correspondiente. Quizá perteneció
a esta familia el obrero carrocero
Martin Pascalis, llamado también
Marin Pascal o Pascal Marin
(tampoco sobre este particular
hay mucha seguridad), si es
que se trata realmente de
otro personaje, y no sea simplemente
el mismo Martines quien, en
cierto momento, se haya visto
obligado a ejercer dicho oficio
para subsistir, ya que aparentemente
su situación económica no
llegó nunca a ser demasiado
brillante.
Esta cuestión no fue nunca
aclarada de manera verdaderamente
satisfactoria.

Además, muchos pensaron que
Martines era judío; seguramente
no lo fue desde el punto de
vista religioso, puesto que
está comprobado de manera
irrefutable que era católico;
sin embargo es cierto que,
como dice van Rijnberk, "esto
no prueba nada desde el punto
de vista de la raza".
Efectivamente, pueden descubrirse
en la vida de Martines algunos
indicios que permitirían pensar
en un origen judío, pero que
no tienen ningún carácter
decisivo, y pueden perfectamente
explicarse mediante afinidades
de un tipo totalmente distinto
al de la comunión de raza.
Franz von Baader es de la
opinión de que Martines había
sido "tanto judío como
cristiano"; dicha afirmación
recuerda las relaciones existentes
entre el judío Eleazar y la
familia cristiana de Las Casas.
Por otra parte, el mismo hecho
de presentar a Eleazar como
un "judío español"
puede muy bien ser una alusión,
no ya al origen personal de
Martines, sino al origen de
su doctrina, en la que efectivamente
predominan sin duda alguna
los elementos judaicos.

De cualquier modo, quedan
en la biografía de Martines
cierta cantidad de incoherencias
y contradicciones, de las
cuales la más evidente es
sin lugar a dudas aquella
que se refiere a su edad.
Sin embargo, y sin percibirlo,
van Rijnberk señala la posible
solución al sugerir que "Martines
de Pasqually" era un
"hierónimo", o sea,
un nombre iniciático. En efecto,
este mismo hierónimo ¿no podría
haber sido utilizado, como
sucedió en otros casos similares?
¿Y quién puede decir si las
grandes "obligaciones"
que tenia el personaje que
Saint Martin denominó el "judío
Eleazar" para con la
familia de Las Casas no se
hubieron originado en el hecho
de que esta última le hubiera
proporcionado una especie
de "cobertura" a
su actividad iniciática? Sin
duda, sería imprudente querer
abundar en mayores detalles.
Sin embargo, veamos si lo
que puede llegar a saberse
con respecto al origen de
los conocimientos de Martines
nos puede proporcionar alguna
otra aclaración.

La misma carta de julio de
1821 en la que Willermoz afirma
que Martínes falleció "de
edad avanzada" incluye
otro pasaje interesante donde
se señala que la iniciación
de Martines le habría sido
transmitida por su propio
padre: "En su Ministerio
habría sucedido al padre,
hombre culto, distinguido,
y más prudente que el hijo,
no demasiado rico y residente
en España. Este había hecho
ingresar a su hijo Martines,
aún joven, en los guardias
valones, donde habría protagonizado
un altercado que desembocó
en un duelo, en el transcurso
del cual dio muerte a su adversario.
Tuvo que huir rápidamente.
Su padre le consagró su sucesor
antes de que partiera. Después
de una larga ausencia, el
padre, presintiendo la cercanía
de su muerte, lo hizo regresar
urgentemente y le impuso las
últimas consignas”.

A decir verdad, dicha historia
sobre los guardias valones,
de la que fue imposible lograr
confirmación de otras fuentes,
nos parece más bien sospechosa,
sobre todo si, como dice van
Rijnberk, ella debiera "implicar
que Martines había nacido
en España", lo cual sin
embargo no es en nada evidente.

Por otra parte, no es éste
un punto sobre el cual Willermoz
pudiera aportar testimonio
directo, puesto que, a continuación,
declara "no haber conocido
al hijo hasta 1767 en París,
mucho tiempo después de la
muerte del padre"(10).
Sea como fuere de esta cuestión
secundaria, se mantiene la
afirmación de que Martines
habría recibido de su padre
no sólo la iniciación, sino
también la transmisión de
ciertas funciones iniciáticas,
ya que la palabra "ministerio"
no puede interpretarse de
otro modo.

Al respecto señala van Rijnberck
una carta del masón Falcke
escrita en 1779, donde se
lee: "Martines Pascalis,
español, afirma que los conocimientos
secretos que posee son herencia
de familia, familia que reside
en España y que los poseería
desde hace trescientos años:
los habría recibido de la
Inquisición, en la que habrían
prestado servicio sus antepasados”.
Se trata de algo bastante
inverosímil, porque verdaderamente
no se entiende qué depósito
iniciático hubiera podido
poseer y comunicar la Inquisición.
Recordemos sin embargo el
pasaje de Le Crocodile citado
antes: Las Casas es quién
denuncia a su amigo judío
Eleazar ante la Inquisición,
precisamente por sus conocimientos
secretos.
¿No se diría acaso que aquí
estamos en presencia también
de algo que ha sido embrollado
a propósito? (11).

A estas alturas podríamos
preguntarnos lo siguiente:
cuando Martines, o el personaje
que Willermoz conoció bajo
ese nombre a partir de 1767,
habla de su padre, ¿debemos
entenderlo literalmente, o
bien se trata únicamente de
su “padre espiritual”, quien
quiera que haya sido?
Muy bien puede hablarse efectivamente
de “filiación” iniciática,
y es evidente que no forzosamente
coincide con la filiación
natural. Se podría incluso
evocar nuevamente aquella
dualidad entre Las Casas y
el judío Eleazar... Sin embargo,
no es un caso extremadamente
excepcional el hecho de una
transmisión iniciática hereditaria
que implicara asimismo el
ejercicio de una función,
pero debido a la carencia
de datos suficientes es muy
difícil decidir si tal fue
efectivamente el caso de Martines.
A lo sumo, podríamos ver indicios
favorables en algunas particularidades
concernientes a la sucesión
de Martines: concedió a su
hijo primogénito, inmediatamente
al bautismo, la primera consagración
en la jerarquía de los Elegidos
Cohen, lo que puede sugerir
que pensara convertirlo en
su sucesor.

Este hijo desapareció durante
la Revolución, y Willermoz
confiesa no haber podido saber
qué fue de él.
En cuanto al segundo hijo,
cosa aún más singular, se
conoce la fecha de su nacimiento,
pero nunca más se hace mención
de él. En todo caso, cuando
en 1774 murió Martines, su
hijo primogénito seguramente
aún estaba con vida, aunque
no fue él quien lo sucedió
como “Gran Soberano”, sino
Caignet de Lestère, y cuando
éste a su vez murió en 1778,
el sucesor fue Sébastien de
Las Casas. En tales condiciones,
¿qué queda de la idea de una
transmisión hereditaria? No
podría invocarse en este caso
la excesiva juventud de su
hijo para desempeñar tal función
(tenía apenas seis años),
porque Martines podría haber
perfectamente designado a
un sustituto hasta su mayoría
de edad, lo que no nos consta
que se haya mencionado jamás.

Por el contrario, y curiosamente,
parece verdad que entre Martines
y sus sucesores hubiera habido
un cierto parentesco: en efecto,
Martines hace referencia a
ello en una carta de su “primo
Cagnet”, que debería ser,
consideradas las variaciones
ortográficas propias de la
época, el mismo que Caignet
de Lestère (12), y, en cuanto
a Sébastiende Las Casas, ya
indicamos que el parentesco
era sugerido por el nombre
mismo. De todas maneras, tal
transmisión a parientes más
o menos lejanos, desde el
momento que había un heredero
directo, difícilmente puede
asimilarse a una “sucesión
dinástica” de la que habla
Rijnberk, y a la que incluso
atribuye “una cierta importancia
esotérica” que no nos resulta
demasiado clara.

Que Martines haya sido iniciado
por su padre o por otro no
es el punto más esencial,
ya que no aporta luz sobre
la única cosa que en el fondo
importa verdaderamente: ¿de
qué tradición provenía esta
iniciación? Lo que probablemente
podría aportar algo más específico
y preciso al tema son los
viajes que realizó Martines
antes de comenzar su actividad
iniciática en Francia. Desafortunadamente,
también sobre este punto las
informaciones son totalmente
imprecisas y dudosas, y la
misma afirmación de que habría
estado en Oriente no es en
sí un dato preciso, máxime
teniendo en cuenta que frecuentemente
en estos casos no se trata
sino de viajes legendarios
o más bien simbólicos.

Sobre el tema, van Rijnberk
cree poder confiar en un pasaje
del Traité de la Réintegration
des Etres, donde Martines
parece decir que ha estado
en China, a la par que nada
parecido puede hallarse de
países mucho menos lejanos.
Pero tal viaje, si verdaderamente
tuvo lugar, es quizá el menos
interesante desde el punto
de vista que ahora consideramos,
porque está claro que tanto
en las enseñanzas de Martines
como en sus “operaciones”
rituales nada se detecta que
revele la menor relación con
la tradición extremo oriental.
Sin embargo, en una carta
de Martines se encuentra la
frase: “Mi estado y mi cualidad
de hombre verdadero me ha
mantenido siempre en la posición
que ocupo” (13). Tal expresión,
que es específicamente taoísta,
y que por otra parte es la
única de este tipo que puede
encontrarse en Martines, parece
ser que jamás llamó la atención
de nadie. (14).

Sea como fuere, si Martines
verdaderamente nació hacia
1727, sus viajes no pudieron
prolongarse por muchos años,
aún sin descontar el tiempo
de su supuesto paso por los
guardias valones, pues su
actividad iniciática conocida
comienza en 1754, y en tal
fecha contaba apenas con 27
años (15).

Se admite fácilmente que haya
estado en España, considerando
en especial los lazos familiares
que lo ligaban con ese país,
y quizá también en Italia.
Todo lo cual resulta bien
aceptable, y pudiera ser que
se deban a su estancia en
estos países algunas peculiaridades
más evidentes de su lenguaje.
Aparte, sin embargo, de este
detalle totalmente exterior,
la cosa no nos conduce demasiado
lejos, porque en aquellos
tiempos, y desde el punto
de vista iniciático, ¿qué
podía subsistir en tales países?

Ciertamente, es necesario
dirigir la búsqueda en otra
dirección, y al respecto nos
parece que la indicación más
exacta nos la provee un pasaje
una nota del príncipe Christian
de Hesse-Darmstadt que dice
así: “Pasquali sostenía que
sus conocimientos provenían
del Oriente, pero es presumible
que los haya recibido de África”,
es decir, lo que debe entenderse
muy probablemente, de los
judíos sefardíes, que se establecieron
en África del norte tras su
expulsión de España (16).

Esto puede en efecto explicar
muchas cosas: en primer lugar,
el predominio de los elementos
judaicos en la doctrina de
Martines; luego, las relaciones
que parece haber mantenido
con los judíos, también sefardíes,
de Burdeos, así como se ha
subrayado anteriormente en
la presentación de Eleazar
como un “judío español” que
hace Saint-Martin; finalmente,
la necesidad que tuvo, con
vistas al trabajo iniciático
que debía desarrollarse en
un ambiente no judío, de “injertar”
por así decir la doctrina
recibida de tal fuente sobre
una forma iniciática propagada
por el mundo occidental y
que, en el siglo XVIII, no
podía ser más que la Masonería.

El último punto da lugar aún
a otros asuntos sobre los
que volveremos más adelante,
pero ante todo debemos destacar
que el hecho mismo de que
Martines jamás mencione el
origen exacto de sus conocimientos,
o que se refiera vagamente
al “Oriente”, resulta perfectamente
comprensible. Desde el momento
que no podía trasmitir la
iniciación tal cual la había
recibido, no debía revelar
su origen, lo que habría sido
como mínimo inútil. Parece
que en sus libros no hizo alusión
expresa a sus “predecesores”
más que una única vez, y esto
sin agregar la más mínima
precisión, y por ende sin
afirmar nada más que la existencia
de una transmisión iniciática
(17). En todo caso, es bien
seguro que la forma de esa
iniciación no era aquella
de la Orden de los Elegidos
Cohen, puesto que no existía
antes de Martines mismo, y
nosotros percibimos como la
elabora poco a poco, desde
1754 hasta 1774, sin que haya
logrado siquiera terminar
de organizarla completamente
(18).

Puede aquí sugerirse un tema
que alguien podría objetar,
a saber, que si Martines había
recibido la “misión” de parte
de alguna organización iniciática,
¿cómo pudo ser que su Orden
no haya estado de algún modo
totalmente “preformada” desde
el comienzo, con sus rituales
y grados, y que de hecho no
haya podido superar jamás
el estado de bosquejo imperfecto,
sin incluir nada definitivamente
estable? Indudablemente, muchos
de los sistemas masónicos
de altos grado que vieron
la luz hacia la misma época
padecieron similares situaciones,
e incluso algunos no existieron
jamás más que “en los papeles”.

Pero si éstos representaban
simplemente las concepciones
particulares de un individuo
o de un grupo, no hay en ello
nada de sorprendente, mientras
que en el caso de la obra
de un representante autorizado
de una organización iniciática
real parecería que las cosas
debieran haberse desarrollado
de manera totalmente diferente.
Pero esto no es más que considerar
las cosas de una manera muy
superficial: en realidad,
debe tenerse en cuenta por
el contrario que la “misión”
de Martines implicaba precisamente
un trabajo de “adaptación”
tendente a la formación de
la Orden de los Elegidos Cohen,
trabajo que no habían podido
desarrollar sus “predecesores”
porque, por una u otra razón,
no había llegado aún el momento,
y posiblemente porque ni siquiera
habrían podido encararlo,
y enseguida diremos el motivo.
Martines no pudo concluir
con el trabajo, pero ello
no prueba nada absolutamente
en contra de lo que se encontraba
en su punto de partida.

En verdad, parecería que dos
fueron las causas que confluyeron
para que se diera este jaque
parcial: por un lado, es posible
que una serie de circunstancias
desfavorables haya continuamente
obstaculizado los propósitos
de Martines, y, por otro,
también es posible que él
mismo haya sido inferior a
los requerimientos que presentaba
el trabajo, a pesar de los
“poderes” de orden psíquico
que manifiestamente poseía
y que deberían habérselos
facilitado, ya sea que los
tuviera de manera totalmente
natural y espontánea, como
a veces sucede, ya sea, más
probablemente, que los poseyera
como consecuencia de una “preparación”
recibida especialmente a tal
efecto. El mismo Willermoz
reconoce que “sus inconsecuencias
verbales y sus imprudencias
le valieron reproches y muchos
contratiempos” (19). Al parecer,
tales imprudencias consistieron
especialmente en promesas
que no podía cumplir, al menos
inmediatamente, y también
en aceptar a veces demasiado
fácilmente individuos que
no estaban suficientemente
“cualificados”. Indudablemente,
como muchos otros, después
de recibir la requerida “preparación”,
tuvo que actuar por su cuenta
y riesgo. Al menos, no parece
haber cometido nunca errores
tales que hicieran que le
retiraran la “misión”, ya
que siguió activamente su
obra hasta el último momento,
y aseguró su transmisión antes
de morir.

Por otra parte, estamos muy
lejos de suponer que la iniciación
recibida por Martines superara
un grado bastante limitado.
En todo caso, no sobrepasaba
el área de los “pequeños misterios”,
ni pensamos tampoco que sus
conocimientos, si bien muy
reales, hayan tenido verdaderamente
el carácter “trascendente”
que él mismo parece haberles
atribuido. Hemos expresado
nuestra opinión al respecto
en otra ocasión (20), donde
señalábamos como rasgos característicos
el aspecto de “magia ceremonial”
de las “operaciones” rituales,
y la importancia atribuida
a resultados de orden puramente
“fenoménico”. Sin embargo,
esto no es razón suficiente
para reducir a estos últimos,
ni con más razón a los “poderes”
de Martines, al rango de simples
“fenómenos metapsíquicos”
tal como hoy en día se los
entiende. Van Rijnberk, que
parecer es de esta opinión,
se ilusiona demasiado sobre
la alcance de tales fenómenos,
así como sobre las teorías
psicológicas modernas, que
en lo que a nosotros respecta
nos es totalmente imposible
compartir.

Debemos aún agregar una consideración
más que es particularmente
importante, y es el hecho
mismo de que siendo la Orden
de los Elegidos Cohen una
forma nueva, no le permitía
constituir por sí sólo y de
manera independiente una iniciación
válida y regular. Por tal
motivo, no podía reclutar
miembros más que entre los
que ya pertenecían a una organización
iniciática, a la que venía
entonces a superponerse como
un conjunto de grados superiores.
Y, como ya dijimos anteriormente,
tal organización, que le proveía
de la base indispensable que
de otro modo hubiera carecido,
debía ser, inevitablemente,
la Masonería. En consecuencia,
una de las condiciones requeridas
para la “preparación” de Martines,
además de las enseñanzas recibidas
de otras fuentes, era la posesión
de los grados masónicos. Esta
condición debió con seguridad
faltar a sus “predecesores”,
y por ello no habrían podido
hacer lo que él hizo. Efectivamente,
como masón, y no de otra manera,
se presentó Martines desde
el comienzo, y fue “en el
interior” de logias preexistentes
donde, como todo fundador
de un sistema de altos grados,
emprendió la tarea de levantar,
con más o menos éxito, los
“Templos” donde algunos miembros
de esas mismas logias, elegidos
como los más aptos, trabajarían
de acuerdo al ritual de los
Elegidos Cohen. Al menos sobre
este punto no puede haber
equívocos: si Martines recibió
una “misión”, ella fue la
de fundar un rito o un “régimen”
masónico de altos grados,
donde poder introducir, revistiéndolas
de forma apropiada, las enseñanzas
a las que había accedido en
otra fuente iniciática.

Cuando se examina la actividad
iniciática de Martines, nunca
debe perderse de vista lo
que acabamos de decir, o sea,
su vinculación doble a la
Masonería y a otra organización
mucho más misteriosa, siendo
la primera indispensable para
que pudiera desempeñar el
papel que le asignaba la segunda.
Por lo demás, su misma filiación
masónica encierra algo enigmático
acerca de lo cual no hay nada
preciso (lo que por otra parte
no resulta excepcional en
una época en que la variedad
de ritos y “regímenes” era
increíblemente vasta), pero
la situación es anterior a
1754, puesto que desde esa
fecha se muestra no sólo como
masón, sino también como revestido
de altos grados “escoceses”
(21).

Esto fue lo que le permitió
emprender la constitución
de sus “Templos”, con más
o menos éxito en cada caso,
“en el interior” de las logias
de varias ciudades del Mediodía
francés, hasta el momento
en que, en 1761, se estableció
definitivamente en Burdeos.
No pensamos que sea necesario
recordar aquí todas las vicisitudes
conocidas por las que pasó;
recordaremos solamente que
la Orden de los Elegidos Cohen
estaba muy lejos entonces
de haber logrado su conformación
definitiva, puesto que de
hecho ni la lista de los grados,
ni con más razón sus rituales,
llegaron nunca a quedar establecidos
definitivamente.

El otro aspecto de la cuestión,
según nuestra óptica, es el
más importante. Es esencial
ante todo destacar que el
mismo Martines nunca tuvo
la pretensión de ser el jefe
supremo de una jerarquía iniciática.
Su título de “Gran Soberano”
no es objeción válida, ya
que la palabra “Soberano”
aparece también en los títulos
de diversos grados y funciones
masónicas, sin que en realidad
esto implique de ninguna manera
que quien lo lleve esté exento
de toda subordinación. Entre
los mismos Elegidos Cohen,
los “Réaux-Croix” también
se calificaban como “Soberanos”,
y Martines era “Gran Soberano”
o “Soberano de los Soberanos”
porque su jurisdicción se
extendía sobre todos los demás.
Por otra parte, la mejor prueba
de lo que acabamos de decir
se encuentra en este pasaje
de una carta de Martines a
Willermoz, fechada el 12 de
septiembre de 1768: “La apertura
de las circunferencias que
realicé el 12 de septiembre
pasado fue al solo efecto
de abrir la operación de los
equinoccios prescritos, para
no faltar a mi obligación
espiritual y temporal. Quedan
abiertos hasta los solsticios,
y controlados por mí, a fin
de estar preparado a operar
y rezar en favor de la salud
y tranquilidad de ánimo y
espíritu de ese jefe principal
que os es tan desconocido
a vos como a todos vuestros
hermanos Réaux-Croix, y que
yo debo callar hasta que él
mismo se haga conocer. No
temo ningún acontecimiento
negativo, ni para mí en particular,
ni para la Orden en general,
por lo mucho que la Orden
perdería si tuviera que perder
a un tal jefe. No es puedo
hablar sobre este tema sino
alegóricamente” (22).

Luego Martines, según sus
propias declaraciones, no
era de ningún modo el “jefe
principal” de la Orden de
los Elegidos Cohen; pero como
vemos a Martines constituir
personalmente y bajo nuestros
ojos a la Orden, dicho jefe
no podría ser más que el o
los jefes de la organización
inspiradora de la nueva formación.
¿Y acaso el temor de Martines
no sería el de que de desaparecer
ese personaje se interrumpieran
prematuramente ciertas comunicaciones?
Por otra parte, es muy evidente
que la forma en que es presentado
sólo puede aplicarse a un
hombre vivo, y no a una entidad
más o menos fantasmagórica.
Lo que decimos no es nada
superfluo, conociendo la manera
en que los ocultistas han
difundido tantas otras ideas
extravagantes parecidas a
ésta.

Quizá podría aún decirse que
se trataba solamente del jefe
oculto de alguna organización
masónica (23); pero esta hipótesis
se descarta por otro documento
que aporta van Rijnberk, que
es un resumen hecho por el
barón de Türkheim de una carta
que le enviara Willermoz el
25 de marzo de 1822, que comienza
así: “En lo referente a Pascual,
éste siempre había dicho,
en su calidad de Soberano
Réaux constituido como tal
para su región, que comprendía
toda Europa, que él podía
establecer y sostener sucesivamente
doce Réaux, que habrían estado
bajo su dependencia y que
él llamaba sus Émulos” (24).

De lo que se desprende que
Martines debía sus “poderes”,
por otra parte cuidadosamente
delimitados, a una organización
existente fuera de Europa,
caso que no era el de la Masonería
en esa época (25), porque
si hubiera estado localizada
en la misma Europa, la “delegación”
conferida a Martines no hubiera
podido implicar una verdadera
“soberanía”.

Por el contrario, si es exacto
lo que dijimos del origen
sefardí de la iniciación de
Martines, tal sede podría
perfectamente ubicarse en
África del Norte, y en realidad
ésta es la hipótesis más verosímil.
Pero, en tal caso, es claro
que no podría tratarse de
una organización masónica,
y que no es por ese lado donde
debe buscarse la “potencia”
que había revestido a Martines
como “Soberano Réaux” para
una región que coincidía con
el área de influencia de la
Masonería en su conjunto,
lo que justificaba, por otra
parte, la fundación realizada
por él, bajo la especial forma
de un “régimen” de altos grados,
de la Orden de los Elegidos
Cohen (26).

No puede negarse que el fin
de esta Orden sea menos oscuro
que sus comienzos. Los dos
sucesores de Martines no ejercieron
por mucho tiempo la función
de “Gran Soberano”, pues el
primero, Caignet de Lestère,
murió en 1778, cuatro años
después que Martines, y el
segundo, Sébastien de Las
Casas, se retiró dos años
después, en 1780. ¿Qué subsistió
después como organización
regularmente constituida?
Parece ser que, efectivamente,
no se conservó demasiado,
y que en algunos “Templos”
se mantuvieron hasta un poco
más allá de 1780, sin tardar
en cesar toda actividad. En
cuanto a la designación de
otro “Gran Soberano” tras
el retiro de Sébastien de
Las Casas, no se lo menciona
en ninguna parte. Sin embargo,
hay una carta de Bacon de
La Chevalerie, del 26 de enero
de 1807, que habla del “silencio
absoluto de los Elegidos Cohen,
que actúan siempre con la
mayor reserva ejecutando órdenes
supremas del Soberano Maestro,
el G.: Z.: W.: J.": .
Pero ¿qué puede deducirse
de tan bizarra como enigmática
expresión, y posiblemente
nada más que fabuladora? En
todo caso, en la carta de
1822 recientemente citada,
Willermoz declara que de todos
los Réaux que había conocido
personalmente, ninguno quedaba
con vida, de manera que le
resultaba imposible indicar
alguno después de aquél. Y
si ya no quedaban más “Réaux-Croix”,
tampoco era posible ninguna
transmisión para perpetuar
la Orden de los Elegidos Cohen.

Fuera de la “supervivencia
directa”, según expresión
de van Rijnberk, éste considera
todavía la posibilidad de
una “supervivencia indirecta”,
consistente en lo que denomina
las dos “metamorfosis willermosista
y martinista”, pero es un
error que hay que disipar.
El Régimen Escocés Rectificado
no es de manera alguna una
metamorfosis de los Elegidos
Cohen, sino en realidad una
derivación de la Estricta
Observancia, lo que es completamente
diferente. Y si es verdad
que Willermoz, por el papel
preponderante que jugó en
la elaboración de los rituales
de sus grados superiores,
y particularmente en aquel
del “Caballero Bienhechor
de la Ciudad Santa”, pudo
introducir algunas de las
ideas que había tomado de
la organización de Martines,
no lo es menos que los Elegidos
Cohen, en su gran mayoría,
le reprocharon ásperamente
el interés que tenía hacia
otro rito, lo que a sus ojos
representaba casi una traición,
así como reprochaban a Saint-Martin
una cambio de actitud de otro
tipo.

Respecto del caso de Saint-Martin,
nos demoraremos un poco, aunque
no sea más que por el hecho
de todo lo que se pretende
derivar de él en nuestra época.
La verdad es que si Saint-Martin
abandonó todos los ritos masónicos
que había practicado, incluso
el de los Elegidos Cohen,
fue para adoptar una actitud
exclusivamente mística y,
por tanto, incompatible con
la perspectiva iniciática
y que, en consecuencia, no
fue sin duda para fundar a
su vez una nueva orden. En
efecto, el nombre de “Martinismo”,
de aplicación exclusiva en
el mundo profano, no se aplicaba
sino a las doctrinas particulares
de Saint-Martin, y de sus
adherentes, ya en relación
directa con él o no. Lo más
significativo es que el mismo
Saint-Martin llegó a denominar
“martinistas”, no sin un dejo
irónico, a los simples lectores
de sus obras. Pese a todo,
parecería que alguno de sus
discípulos ha recibido individualmente
cierto “depósito” de su parte,
que por otro lado, a decir
verdad, estaba constituido
solamente por “dos letras
y algunos puntos”, y tal es
la transmisión que se habría
verificado en los comienzos
del “martinismo” moderno.
Pero, y aún si la cosa fuera
real, ¿cómo una transmisión
de este tipo, efectuada al
margen de todo rito, puede
representar una iniciación
cualquiera? Las dos letras
en cuestión son las iniciales
S.I., las que, cualquiera
sea la interpretación que
se les asigne (y las interpretaciones
son muchas), parecen haber ejercido
una verdadera fascinación
sobre algunos; pero, en el
caso que nos ocupa ¿de dónde
podrían provenir? Con toda
seguridad, no se trata de
una reminiscencia de los “Superiores
Desconocidos” (27) de la Estricta
Observancia. Además, no es
necesario ir a buscar tan
lejos cuando algunos Elegidos
Cohen usaban estas iniciales
en su propia firma. Van Rijnberk
formula al respecto una hipótesis
muy plausible, según la cual
habrían sido el signo distintivo
del “Soberano Tribunal” encargado
de la administración de la
Orden (y del cual formaban
parte el mismo Saint-Martin
y también Willermoz), por
lo que no habría significado
un grado sino una función.

Sin embargo, en estas condiciones,
podría parecer extraño que
Saint-Martin haya elegido
tales iniciales en vez de,
por ejemplo, R.C., a menos
que no hubieran contenido
por sí algún significado simbólico
propio, de donde en definitiva
derivarían sus diferentes
usos. Como quiera que sea,
es un hecho curioso, que demuestra
que efectivamente Saint-Martin
les atribuía una cierta importancia,
y es que en su Crocodile formó
con esas iniciales la denominación
de una imaginaria “Sociedad
de los Independientes”, que
por otra parte no es verdaderamente
una sociedad ni tampoco una
organización cualquiera, sino
una especia de comunidad mística
presidida por Madame Jof,
es decir, por la Fe personificada
(28).

Otra cosa muy extraña es que
hacia el final de la historia,
un judío, Eleazar, fuera admitido
en esta “Sociedad de los Independientes”.
Sin duda puede verse allí
una alusión, no a algo que
se refiera personalmente a
Martines, sino más bien al
pasaje de Saint-Martin de
la doctrina de los Elegidos
Cohen a ese misticismo en
el que habría de encerrarse
durante la última parte de
su vida. Comunicando a sus
discípulos más cercanos las
iniciales de S.I. como una
especie de signo de reconocimiento,
¿no querría decir de alguna
manera que ellos podían considerarse
miembros de lo que él hubiera
querido representar como la
“Sociedad de los Independientes?"

Estas últimas observaciones
harán comprender seguramente
por qué estamos muy lejos
de compartir las opiniones
demasiado “optimistas” de
van Rijnberk cuando, preguntándose
si la Orden de los Elegidos
Cohen “pertenece completa
y exclusivamente al pasado”
se inclina por la negativa,
aún reconociendo la ausencia
de toda filiación directa,
que es lo único que debe considerarse
en el dominio iniciático.
El Régimen Escocés Rectificado
sigue de todas maneras existiendo
a pesar de lo que estamos
diciendo. Y en cuanto al “Martinismo”
moderno, podemos asegurar
que tiene muy poco que ver
con Saint-Martin, y absolutamente
nada con Martines y los Elegidos
Cohen.

NOTAS:
(1). Ver Cap. VI.
(2). “Un thaumaturge au XVII
siècle: Martines de Pasqually,
sa vie, son oeuvre, son Ordre,
(Félix Alcan, Paris)
(3). Señalemos de paso un
pequeño error: van Rijnberk,
al hablar de sus predecesores,
atribuye a René Philipon los
apuntes históricos firmados
“Un Caballero de la Rosa Floreciente”
incluidos como prefacio en
las ediciones de Enseignements
secrets de Martines de Pasqually
de Franz von Baader, publicado
en la “Biblioteca Rosacruz”.Asombrados
por tal afirmación, sometimos
al propio Philipon el asunto,
y nos contestó que únicamente
había traducido el opúsculo
de von Baader, y que, como
pensábamos, las dos notas
pertenecen a Albéric Thomas.
(4). Martines de Pasqually,
pag. 10-11
(5). “Le mariage de Martines
de Pasqually” (le Voile d’Isis,
enero 1930)
(6). Se notará que aquí se
escribe Delyoron cuando en
el certificado de bautismo
figura Delivon (o podría ser
Delivron). Este nombre, intercalado
entre dos nombres propios
no parece ser un verdadero
apellido. Por otra parte,
apenas vale recordar que la
separación de las partículas
(que no constituían obligatoriamente
una señal de nobleza) era
en tal época absolutamente
discrecional.

(7). También es verdad que
en Sto. Domingo había parientes
de su mujer, de manera que
podría ser que la herencia
proviniera de esa partida.
Sin embargo la carta publicada
por Papus, sin llegar a ser
totalmente clara, está mas
bien a favor de la hipótesis,
ya que de ninguna manera resulta
que sus dos cuñados, residentes
en Sto. Domingo, tuvieran
algún interés por la “donación”
que les habría sido hecha.
(8). Le Crocodile, canto 23.
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