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TRADUCCIÓN INÉDITA DE UNA PARTE
DE LAS "INSTRUCCIONES" DIRIGIDAS
A SU HIJO "Para serle entregadas
cuando tenga edad de merecerlas
"SEGÚN ANOTACIÓN ESCRITA AL
MARGEN, DE PUÑO Y LETRA DE SU
AUTOR,
ORIGINAL DE
Jean-Baptiste Willermoz

F O R M A C I Ó N
EXPLICACIONES PRELIMINARES QUE
SIRVEN DE INTRODUCCIÓN A LOS
CAPÍTULOS SIGUIENTES CONTENIENDO
LA DESCRIPCIÓN DE LOS HECHOS
ESPIRITUALES CONCERNIENTES A LA
CREACIÓN DEL UNIVERSO FÍSICO Y
TEMPORAL Y SUS PARTES
PRINCIPALES, DE LA CREACIÓN DEL
HOMBRE Y LA MUJER, DE SU
PREVARICACIÓN Y CASTIGO, Y LOS
PRINCIPALES HECHOS SOBREVENIDOS
EN SU POSTERIDAD HASTA LA ÉPOCA
DEL DILUVIO UNIVERSAL.

Siguiendo fielmente, como hasta
ahora hemos hecho, las sublimes
instrucciones de Moisés ese gran
legislador amigo de Dios,
conductor esclarecido y fiel del
pueblo hebreo, conseguiremos
alcanzar el conocimiento cierto
de los hechos espirituales
concernientes al origen y
creación del universo físico
temporal y sus partes
principales, de los que fue
encargado por Dios de dar a
conocer y transmitir en toda su
verdad y pureza por medio de una
iniciación secreta y
proporcional a los especialmente
elegidos y designados para ello,
y que las Santas Escrituras nos
dan a conocer como hombres
llevados, la mayor parte de
ellos, por una gran saber e
inteligencia. Apartemos por el
momento el velo material que
forzosamente ha debido cubrir su
descripción para la inmensa
mayoría de seres de esta nación,
compuesta por hombres groseros e
ignorantes que no la hubieran
podido comprender en toda su
verdad, o que al poco tiempo
hubieran abusado de ella, velo
que desde entonces ha dado lugar
a tantas equivocaciones.

Apreciaremos a continuación, por
justas comparaciones,
las versiones de este velo
llegadas a nuestras manos que
han
materializado casi todas las
partes de su descripción, y
aprovecharemos cuidadosamente
las ocasiones que se presenten,
naturalmente de señalar las
causas particulares de éstas
subversiones materiales que
tanto fatigan la inteligencia de
los verdaderos fieles, de los
verdaderos sabios, y entregan
las armas mortíferas a la
multitud de incrédulos que
desgraciadamente aumenta día a
día.
|

Pero como pudiéramos vernos
expuestos, por razón de dar
alguna explicación apremiante, a
interrumpir el hilo del relato
que vamos a emprender, nos
creemos en el deber de dar aquí
y
de modo preliminar, ciertas
explicaciones y definiciones
sobre
algunos complementos
importantes, con el fin de
facilitar su
entendimiento a los amigos de la
sabiduría, y prevenir en tanto
nos sea posible la necesidad de
penosas interrupciones.

|
Así pues, empezaremos por
explicar lo que es preciso
entender en esas palabras, a
menudo repetidas, que
ordinariamente
expresan un todo, pero que en
ocasiones no expresan más que
una
parte notable de ese todo, a
saber: la inmensidad divina o
mundo divino
increado; la creación del
universo físico temporal y del
espacio
universal que encierra y
contiene todas las partes; la
formación y
explosión del caos, la creación
de la materia dicha mala o
malvada y sus principios
constitutivos, del porqué de
tres
elementos y no cuatro, la vida
universal pasiva que anima todo
el espacio, a todos los cuerpos
y corpúsculos y todos los
individuos
por un tiempo; la bendición de
la Gran Obra de seis días por el
acto
sabático divino del séptimo día.
Por otro lado, no nos cansaremos
de repetir esas explicaciones en
su lugar y sitios naturales, ya
que
juzgamos esa repetición útil y
conveniente
para fijar la atención sobre
estos detalles.

La inmensidad divina, que
también nombramos como mundo
divino e increado, que es por
consecuencia indefinible, que
domina
y separa el espacio universal y
los mundos creados, es
una inmensidad sin hitos ni
límites que se acrecenta sin
cesar
y aumenta sin fin para contener
la multitud inmensa de seres
espirituales e inteligentes
emanados del seno del Creador.

Dios es el Centro, y desde ese
Centro lo llena todo.
Esta concentrado en su
incomprensible unidad, tanto,
que la manifiesta por los actos
y producciones de su inefable
Trinidad
divina, que adoramos
bajo los nombres de Padre,
Hijo y Espíritu Santo, que
forman conjuntamente el eterno
triángulo divino en el que la
unidad divina es el principio y
el centro.
Este triángulo divino esta
rodeado de la multitud inmensa
de seres espirituales e
inteligentes del que son
emanados, y
forman conjuntamente cuatro
clases distintas en acciones,
virtudes y poderes, que la
Iglesia cristiana reverencia
bajo
los nombres de ángeles,
arcángeles, querubines y
serafines.
Nombramos con Moisés la primera:
círculos de espíritus
superiores y le damos el número
10, como corresponsales y
agentes inmediatos del poder
divino del Creador. Hagamos
mención de la segunda: círculo
de espíritus mayores y le damos
el número 8, que es el doble
poder que pertenece a los Hijos
de
lo divino, que manifiestan el
poder del Padre del que son
imagen
y operan el suyo propio, los
denominamos espíritus
octogésimos
y agentes inmediatos del poder
octogésimo de los Hijos.
Mencionaremos la tercera clase:
círculo de espíritus inferiores
septenarios, como corresponsales
y agentes
inmediatos de la actividad
divina del Espíritu Santo,
en que el número característico
es el 7. Finalmente nombremos
la cuarta clase: círculo de
espíritus menores ternarios al
que damos
el número 3, como agentes y
corresponsales de la cúatriple
esencia divina
para la manifestación de las
operaciones del sagrado ternario
divino.
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Pero no perdamos de vista que
los números de acción 10, 8, 7 y
3
que caracterizan estas cuatro
clases, reunidos suman 28 = 10;
lo que
demuestra que toda acción
espiritual proviene de la
unidad; y si
trazamos este número 10 así: I ,
figurará la omega, el Principio
y el Todo, una parte por la I
central, la otra por la
circunferencia
que la rodea. Los seres
espirituales de estas cuatro
clases son todos
iguales por naturaleza, pero
difieren todos, lo mismo en cada
círculo,
como ya hemos dicho en otra
parte, por su modo de acción, su
virtud
y su poder; de suerte que cada
círculo tiene también sus
superiores, sus
mayores, sus inferiores y sus
menores. Esta inmensidad era
todo lo que
existía antes de la
prevaricación de los ángeles
rebeldes.

El universo físico temporal es
un espacio inmenso e
inconmensurable
creado por el Todo Poder en el
instante mismo de la
prevaricación de los ángeles
rebeldes, por la manifestación
de su gloria, su poder y su
justicia, y por ser el lugar de
exilio y privación de los
prevaricadores. Este espacio
está limitado y rodeado por
todas partes por una
inmensa circunferencia ígnea e
impenetrable, denominada
filosóficamente "eje del fuego
central", formado por la
multitud de espíritus inferiores
que permanecieron fieles,
y que recibieron la orden del
Creador de defenderlo
contra toda contracción
demoníaca durante
la duración del intervalo de
tiempo fijado por la justicia.

Es en este maravilloso espacio,
donde, en el momento de la
explosión del caos, fueron
puestas en acción y movimiento
todas las partes del universo
creado, cielos, astros,
estrellas,
planetas, los cuerpos terrestres
y celestes, y en general todos
los seres activos y pasivos de
la naturaleza, donde todas
sus partes y cada una en
particular operan con una
precisión
admirable sus acciones diarias,
conforme a las leyes
de orden recibidas del divino
Creador.

Este espacio se compone de dos
partes principales. En el
centro de la parte inferior
denominada mundo terrestre, esta
emplazado el cuerpo general
terrestre o tierra propiamente
dicha, rematada de tres planetas
inferiores denominados Júpiter,
Venus y Luna que esparcen su
influencia y operan
inmediatamente
sobre ellos su acción en
correspondencia con los cuatro
planetas superiores.

La parte superior del espacio
universal, llamado mundo celeste, contiene los cuatro
planetas superiores denominados
Saturno, Sol, Mercurio y Marte,
que forman en su conjunto
las cuatro regiones celestes,
dominan lo universal y están
en correspondencia con los
cuatro círculos espirituales del
mundo sobre celeste que los
corona y del que hablaremos
más adelante. Es en el centro de
las cuatro regiones celestes de
este cuaternario temporal donde
Moisés ha situado, con el árbol
de la vida, el paraíso terrenal
que los geómetras materialistas
buscan
en la tierra. Es en este mismo
centro regional que ha situado
al hombre
emancipado, pura y santa imagen
y semejanza de Dios, y donde ha
establecido la sede de su
dominio universal sobre
los seres y las cosas creadas.

Por debajo del mundo celeste y
las cuatro regiones planetarias
superiores que la componen,
existe otro espacio inmenso
denominado inmensidad y mundo
sobre celeste o por encima
de lo celeste, creado al mismo
tiempo que los mundos
inferiores. Esta inmensidad
rodea, protege y defiende
poderosamente contra toda acción
demoníaca la circunferencia
ígnea del eje de fuego central
que marca y limita para siempre
el espacio universal. Ella
separa la inmensidad divina
increada
de los tres mundos inferiores
creados; esta habitada y ocupada
por la multitud de seres
espirituales que el Creador ha
sometido a
la ley del tiempo, forman en
similitud de la inmensidad
cuatro clases
distintas por su número de
acción, por su virtud, su
facultad y
grado de poder temporal del que
están revestidas.

El cuarto círculo que los sabios
han nombrado como círculo de los
espíritus menores cuaternarios
esta hecho a imagen y semejanza
del centro divino con el cual
esta unido por su línea
perpendicular.
Es en este círculo donde al
Creador le ha complacido emanar
de
su seno y establecer la clase
general de las inteligencias
humanas
llamadas hombres, por el acto
absoluto de su sexto pensamiento
de creación, por ser su cabeza
de emanación, sexto pensamiento
del que ha hecho un sexto día
como si en Dios pudiera haber ni
tiempo,
ni día, ni intervalo. Es de este
mismo círculo de donde le ha
complacido, acto seguido,
emancipar y sacar al primer
hombre
que nosotros llamamos Adán,
aunque este no sea su verdadero
nombre,
y de enviarlo puro y santo a
habitar el centro de las cuatro
regiones
superiores del mundo celeste, y
establecer allí la sede del
dominio
universal con que le había
revestido sobre todas las cosas
creadas.
Es también en este centro
regional que deberían ser
emancipados
y enviados a su alrededor todos
los otros hombres menores de su
clase, para los que pediría al Creador
la emancipación para venir a
ayudarle
en sus augustas funciones con el
fin de oponerse a la multitud de
espíritus
rebeldes y contener todos juntos
su acción perversa.

Dios, emancipando a Adán y
enviándolo a cumplir su misión
en el
centro de las cuatro regiones
celestes, donde todo esta sujeto
a formas corporales necesarias
para devolverse mutuamente la
acción
de los seres que son sensibles a
aquellos que les rodean, lo ha
revestido de un forma corporal
gloriosa impasible e
incorruptible,
que podría reintegrarlo en él y
reproducir fuera de él, tal como
nuestro divino Redentor
Jesucristo ha presentado después
de
su resurrección a los hombres
por modelo. Revistiéndolo de ese
cuerpo glorioso, Dios lo dotó al
mismo tiempo del verbo de
creación de formas gloriosas
parecidas a la suya, con el fin
de
que pudiera a su vez revestir a
los hombres menores que fueran
emancipados después de él, y
enviar al centro regional
celeste
para ayudarlo contra los
culpables en su
misión que tornaría común a
todos.

La expresión empleada de "un
puro limo de tierra", que indica
naturalmente una sustancia fina
y sutil, pues es dicho en
nuestras
versiones que Dios formó el
cuerpo del primer hombre puro e
inocente,
no contradice en absoluto lo que
acabamos de decir sobre la
naturaleza
de los cuerpos gloriosos
impasibles e incorruptibles.
Pero no obstante,
esta expresión ha inducido a los
traductores del texto hebreo y
sus
comentaristas a considerar el
cuerpo de Adán únicamente como
terrestre
y en consecuencia material,
cuando esto no era así, y he ahí
una de las
causas principales de las
subversiones materiales que
formulan en el
resto de su descripción. Esta
inducción por ellos transmitida,
sin
duda alguna de buena fe, ha
podido subyugar la docilidad de
los lectores,
un tanto ya predispuestos por
razón de un cierto respeto
religioso por las cosas
santas reveladas, a admitirla
sin examen previo, pero esta
inducción no ha podido
convencer a aquellos que
reflexionan desde un punto de
vista de
madurez sobre los hechos que les
son presentados. Nosotros
decimos
a todo aquel que quiera oírnos
que Adán no fue asimilado a los
otros
animales por la vida pasiva que
le fue dada, y que su cuerpo
glorioso
no fue materializado, más que en
los abismos de la tierra donde
fue
precipitado por orden del Eterno
después de su crimen,
y condenado a venir después
sobre la superficie terrestre,
a unirse por su reproducción
corporal, al fruto material que
había retirado de su única
operación librándose
a los consejos pérfidos del jefe
de los Demonios.

La materia general, tal y como
la conocemos, dicha novena
porque es un compuesto de tres
elementos o principios
elementales
denominados: Fuego, Agua y
Tierra, que son cada uno de los
tres, un
mixto ternario de tres
sustancias simples o esencias
espirituales
denominadas Azufre, Sal y
Mercurio; no es lo que aparenta,
y
esa apariencia misma no es más
que pasajera, y se desvanecerá
totalmente
con el fin de los siglos.
Solamente Dios conoce su
duración, ya
que, el mismo Nuestro Señor
Jesucristo, dice que el fin del
mundo no es conocido más que por
el Padre y que esa
misma apariencia es a la vez
desconocida por el Hijo
considerado en su humanidad.

Algunos se extrañarán que sólo
hablemos de tres elementos
en lugar de cuatro que son los
vulgarmente aceptados,
comprendiendo en este número el
aire común, casi siempre
sobrecargado de las exhalaciones
más groseras de los otros
tres elementos. En efecto,
nosotros no contamos más que
tres.
El aire, principio tan sutil, no
es en absoluto uno de ellos. Es
mucho más superior a los otros
tres como para poder ser
asimilado ni confundido con
ellos. Es el carro de vida
elemental,
que nutre, conserva y vivifica
los elementos. Es el punto
central
del triángulo elemental del que
esta unido íntimamente a los
ángulos
para su conservación temporal.
Que aquellos que se extrañen,
reflexionen profundamente sobre
lo que acabamos de
decir en relación al aire como
principio,
y la extrañeza que venimos de
señalar pronto cesará.

Para no caer uno mismo en una
gran confusión de ideas, es
preciso no confundir jamás las
esencias espirituosas simples,
que son la base fundamental de
toda corporación cualquiera,
con los principios elementales
de los que proviene, ya que unas
y
otras tienen un origen distinto,
con un destino diferente, que la
prevaricación del hombre ha
podido cambiar,
pero no ha podido destruir.

La materia no tiene y no puede
tener ninguna realidad ni
estabilidad absoluta, porque
sólo Dios puede dar esa realidad
a las producciones inmediatas de
su esencia divina, como
en efecto la ha dado y la
continuará dando a los seres
espirituales
e inteligencias humanas ya que
todas son emanadas de su
seno, de donde toman la
individualidad, la actividad, la
inteligencia,
la vida inmortal que los
caracteriza, y se convierten de
este modo,
por su emanación del centro
divino, en partícipes de la
naturaleza
misma de su principio generador
que es Dios, quedando, sin
embargo,
en libertad de quedársele para
siempre unidos por el amor y
reconocimiento,
o por el contrario, separársele
por el desprecio absoluto de sus
leyes y sus
beneficios, en cuanto llega
Lucifer y sus seguidores.

Llamamos espirituosas a esas
tres esencias fundamentales,
porque ellas no tienen nada de
espiritual, no siendo más que
producto de la acción de seres
espirituales ternarios,
habitantes de
la inmensidad divina, que desde
el origen de las cosas
temporales
recibieron del Creador la orden
de descender en el espacio
creado
y de producir fuera de ellos,
según la facultad y el poder que
esas tres
esencias habían sido dotadas.
Tampoco podemos considerarlas
como materiales, puesto que aún
no lo son aunque estando
destinadas
a convertirse en ello, cuando la
justicia divina fije el momento
que
juzgue conveniente para in
corporizar en formas materiales
a los
espíritus prevaricadores
arrepentidos que, motivados por
el intelecto
y las buenas inspiraciones del
hombre menor, hayan deseado el
estado de expiación
satisfactorio, sin el cual,
ningún
culpable puede esperar su
retorno al bien.

Tal es el propósito de la
misericordia activa de común
acuerdo
con la justicia; y he ahí el
momento en que el hombre,
haciendo
uso de sus poderes según la
voluntad de su Creador, habría
creado la materia por su
incorporación en esas formas por
medio
de una sabia combinación de
esencias espirituosas de las que
era el principio. Pero el hombre
primitivo, engañado y subyugado
por los consejos pérfidos de su
enemigo que sí conocía el
destino de la materia y, sólo
deseando separarla de él y de
todos su cómplices por todos los
medios, fue arrastrado
al crimen, equivocando a su
alrededor los designios de la
justicia
divina y destruyendo los de la
misericordia, al anticiparse
audazmente al tiempo que la
justicia divina había decidido
para la creación de la materia y
agravando su crimen.
Por ello, pone colmo a su
desgracia haciendo recaer
sobre sí mismo y toda su
posteridad, el justo castigo
expiatorio reservado a su
seductor, puesto que por
esta culpable anticipación
acababa de crear su propia
prisión.

Aquellos hombres seducidos por
las apariencias que sin
cesar sacuden sus sentidos,
cuyos ojos materiales sólo ven
en todo
y por todas partes mas que
materia, que por ella caen en
una especie
de embrutecimiento que nos les
permite discernir ningún signo
de
espiritualidad en su ser
pensante, se sublevarán contra
nuestra
aserción de que la materia no es
más que aparente y no tiene nada
que ver con la realidad,
pareciéndoles errónea y loca,
pero
no es a ellos a quien dirigimos
nuestro aserto. Sabemos que
son sordos y ciegos e incapaces
de comprendernos. Les dejamos,
ahí, enterrados en la alta
ciencia a la que están
fuertemente aferrados.
Pero hay una multitud de otros,
que flotando aún en cierta
incertidumbre,
están sin embargo mejor
dispuestos a asirse a la verdad
cuando
ésta se presenta ante ellos, y
tienen necesidad de socorro para
ayudarles
a percibirla. A éstos, les
decimos, buscad en las fuentes
que la ocultan
y no desfallezcáis en esta
búsqueda.

Que sepan pues que, en la
naturaleza, todas las cosas
dignas de
ocupar al hombre radican en los
números fundamentales
comprendidos del 1 al 10. Buscad
con buenos guías para
preservaros del error. La
materia tiene también su número
propio que ha demostrado ser el
9. Para conocer su valor,
buscad su producto, multiplicar
pues este número 9 por el
mismo, y sumar los números que
resultarán, reducirlos a su
raíz y el resultado que se
obtendrá será 9, lo que viene a
demostrar que la materia no
puede producir más que materia.

Para una segunda operación unir
un número cualquiera al
número 9, signo característico
de la materia, adicionar esos
dos números y no quedará más que
el número que se le había unido,
y el de la materia habrá
desaparecido totalmente; lo que
también
demostrará que la materia no es
en absoluto real. Dejamos a los
eruditos materialistas que
expliquen la razón de porqué de
entre
todos los números que componen
la decena, sólo aquel
que caracteriza la materia, es
el único
que desaparece totalmente
ante todos los otros.

Nosotros hablamos a menudo
de la vida espiritual activa
que es la vida del espíritu,
y de la vida universal pasiva,
y es preciso definir una y
otra, pues esta definición
es todavía necesaria para
muchos seres pensantes.
Existe en la naturaleza y
principalmente para el hombre
menor,
para el Adán degradado y
castigado, dos vidas muy
distintas que no
pueden nunca confundirse sin
caer en el más grande de los
peligros:
una es la vida espiritual activa
o del espíritu, en tanto que la
otra
es la vida universal pasiva que
es de la materia.

La vida del espíritu no ha
sido creada, sino que ella
emana con el ser que ha salido
del seno de Dios de donde
es originaria.
Es inmortal, indestructible,
inteligente y activa. Ella
piensa, quiere,
actúa y distingue, ya que esta
hecha a imagen y semejanza de su
principio generador; ella se
fortifica en el ejercicio del
bien y sólo
puede debilitarse y oscurecerse
en el ejercicio del mal.

La vida animal pasiva, denominada
también alma universal del
mundo creado, no es más que
pasajera, ya que ha sido emanada,
y por sólo un tiempo, por
los seres espirituales inferiores,
agentes del poder senario
del Creador, que recibieron
de Él mismo desde el origen
de las cosas creadas, la orden
y la poderosa facultad de
emanar de ellos y de producir
de su propio fuego, esta vida
general que anima, sostiene
y conserva por el tiempo determinado
la masa entera de la creación,
todas sus partes y cada especie
de individuos destinados a
habitar el espacio creado
a lo largo de la duración
de los siglos, y que están
puestos en este espacio como
vehículo de esta vida general
insertada en ellos.
La vida animal era totalmente
extraña al hombre en su estado
primitivo de pureza e inocencia, pero
después de su prevaricación
perdió sus primitivos
derechos asimilándose a los
otros animales, fue condenado a
vivir
temporalmente de la misma vida
que era común a todos los otros,
y
lo distinguirá eternamente de
todos los otros animales que no
han
participado jamás de ese primer
estado de vida.

Todos los animales, desde el más
grande hasta la más pequeña
lombriz, están dotados con la
vida pasiva, y por el autor de
la
naturaleza, de un instinto
particular para dirigir su
acción diaria,
en todas las clases donde estén
situados, tanto
para la conservación de su ser
como para su
reproducción y multiplicación de
su especie. Este instinto,
siempre proporcionado a su
necesidad, es muy fino y
sutil en determinadas especies,
sorprende algunas veces
al observador atento que conoce
los límites, y es casi
imperceptible en ciertos
animales, pero en cualquier
caso siempre suficiente a su
necesidad. Esta gran
variedad, tiene su principio en
la misma causa
divina que pone ante nuestros
ojos la asombrosa
diversidad que tanto nos llama
la atención en los árboles,
en sus hojas, en las briznas de
hierba y en todas las
producciones de la naturaleza.

El hombre intelectual en su
estado de inocencia no estaba en
absoluto sujeto a las leyes del
instinto, que le eran totalmente
extrañas; pero asimilado por su
caída a los otros animales, su
embrutecimiento fue dotado del
instinto particular propio de
su naturaleza, que queda unido a
su ser hasta el fin de su
existencia temporal. Pero
también ha estado dotado por
causa de su emanación, de
una facultad activa muy poderosa
que llamamos razón. Esta razón
es un rayo de la esencia divina
misma, es una antorcha que
le ha sido dada para dirigirse
en el ejercicio de las sublimes
funciones de las que ha sido
encargado y que le ha sido
conservada en su segundo estado
para iluminarlo en sus nuevas
necesidades y en el uso que
en lo sucesivo debe hacer
del instinto animal del que
viene de ser dotado. Pero
entregado a la atracción de
los sentidos y a las pasiones
de las que se convierte en
esclavo, a los prejuicios
y prevenciones que le arrastran,
junto a las costumbres más
o menos arraigadas que contrae,
oscurecen de tal modo lo que
le queda de ese rayo divino,
que a menudo parece inferior
a los animales que tienen
el instinto por guía y habitualmente
lo siguen.

El hombre actual es pues un
ternario de tres sustancias que
son: el espíritu inmortal, que
es su ser esencial, el alma
pasiva
con su instinto, y el cuerpo
material que ella anima. El
animal
bruto no es más que un compuesto
binario
de estas dos últimas sustancias
de la vida
pasiva, que son su instinto y su
cuerpo material.
En el hombre, cuando el
principio vital que anima su
cuerpo
material, termina su acción
particular, sea por las leyes de
la naturaleza
o por accidente, se escapa y va
a reintegrarse a la masa general
de
donde proviene. Entonces el
espíritu, que estaba unido al
cuerpo material
por este principio vital, se
convierte en libre, y sube o
desciende a la esfera que haya
escogido a lo largo de su
unión al cuerpo material, por
sus sentimientos y actos
habituales. En cuanto al
cadáver, queda libre a su
disolución
por la separación de los
principios elementales que
quieren
reintegrarse a su estado
primitivo, como ya fue
explicado y demostrado en las
primeras instrucciones.

Pero, ¿ cómo puede ser que sobre
un asunto de la mayor
importancia - ya que sus bases
reposan sobre principios
evidentes generalmente
reconocidos por todos - reine
aún hoy entre los cristianos
semejante discordancia y
oscuridad
sostenidas de tantas sutilidades
que no hacen mas que
embrollarlo todo todavía más ?
Lo que acabamos de
exponer, no sorprenderá a los
materialistas declarados
y a los incrédulos que, por ser
más libres en su conducta
y extravíos, no se ruborizarán
en absoluto por asimilarse
a los animales y especialmente a
aquellos cuyo progreso
en su instinto provoca su mayor
admiración. Y es que,
si pedimos a los hombres
instruidos, que a menudo están
encargados de la formación
religiosa de los demás, en qué
consiste la diferencia
característica que se encuentra
y debe
existir entre el hombre y el
animal bruto, responderán sin
vacilar:
Dios, en tanto Creador de todo
lo que existe, ha creado al
hombre
y al animal, pero, ha dado al
hombre un alma racional y a los
animales
una alma irracional, y ahí está
lo que los distingue
esencialmente. Esta respuesta
establece una paridad absoluta
de origen que, sin embargo,
debería ser sólo
relativa; pero aquellos que la
funden y están profundamente
convencidos de ello,
vemos que por ella confunden el
Fiat divino, que es
una orden dada por el Creador de
hacer, con el Faciamus
que expresa la acción misma e
inmediata del Creador y su
voluntad
de operar Él mismo, que es
claramente manifestada sólo en
la creación
del hombre. Esta inmensa
diferencia, por sí misma,
debería tener sin
embargo grandes resultados.
Además, la facultad de razonar
de la que reconocen que el
hombre está dotado y el animal
privado, no es más que una
facultad del ser espiritual, y
no
de un ser real y distinto, y las
definiciones más sutiles que
la teología moderna emplea para
sostener esta opinión no
conseguirán jamás probar la
verdad de lo que no es, en tanto
que la cuestión que nos ocupa,
reducida con San Pablo a sus
términos más simples, y tal como
nosotros la profesamos,
establece una doctrina pura,
simple, luminosa e
incontestable,
ya que apela a nuestros
sentidos. San Pablo dice
formalmente en su
Primera Epístola a los
Tesalonicenses (Cap. V, vers.
23): "Que
el mismo Dios de la paz os
santifique totalmente, y que por
entero
vuestro espíritu, vuestra alma y
vuestro cuerpo se conserven sin
reproche en la venida de nuestro
Señor Jesucristo". He aquí
bien diferenciadas las tres
sustancias distintas que
reconocemos
en el hombre. ¿ Porqué pues
obstinarse en tener otro
lenguaje
que el del Gran Apóstol, para
preferir uno más humano que sólo
la costumbre ha consagrado ?
Dejamos estas reflexiones a la
meditación de los verdaderos
amigos de la sabiduría.

El Génesis nos enseña que el
Señor Dios terminó al sexto día
sus obras de creación universal
del cielo y la tierra con todos
sus ornamentos, y que,
habiéndolas considerado de nuevo
las halló muy buenas, es decir,
conformes a sus planes, su
voluntad y sus órdenes. Esta
simple exposición nos da un
nuevo testimonio de que no fue
Dios mismo quien obró esta
creación, y que ella fue operada
por sus agentes espirituales
encargados de la ejecución de
sus órdenes, ya que de lo
contrario no hubiera tenido
necesidad de
verificación alguna si lo
hubiera hecho el mismo. Esta
misma exposición nos enseña
también que el Señor Dios,
después de haberlas acabado,
reposó el séptimo día,
que se termino ese día toda la
obra que había hecho, y que
bendijo y santificó este
séptimo día por haberla
terminado. Habría quedado pues
alguna cosa por hacer
en ese séptimo día, y el Génesis
no nos lo explica; pero nosotros
sabemos por
Moisés que los astros, los
cuerpos planetarios, las
estrellas y todos los cuerpos
celestes y terrestres que por la
explosión del caos habían sido
animados de la
vida pasiva, no habían aún
recibido la vida espiritual; que
el Señor Dios
emancipó del círculo de los
espíritus septenarios existentes
en la
inmensidad divina, los cuales
Lucifer acababa de mancillar por
su
rebelión, a los seres
espirituales fieles de esta
clase a los que
quería dar la dirección superior
de los astros, los cuerpos
planetarios, las estrellas
y los cuerpos celestes y
terrestres que acababa de crear,
y que situó en el centro de
cada una de sus producciones
para gobernarlas y mantenerlas,
tanto en su propia
acción como en su marcha diaria
por la duración de los siglos,
maravillosa
armonía que venía de establecer;
lo que hace el entero
cumplimiento de su
gran obra, y al mismo tiempo la
bendición y santificación
sabática del séptimo día.

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